Cuando empecé a trabajar en una ONG, pensé que todos los voluntarios eran personas generosas, altruistas y entregadas.
Ingenua de mi.
Conocí la doble cara del «dar y recibir».
Había un perfil de voluntario que fui aprendiendo a detectar, para poder gestionar.
Empezaban fuertes. Siendo encantadores, estando siempre disponibles y con una sonrisa.
Adivinaban tus necesidades, antes incluso que tú, y te las resolvían sin que tuvieras que pedírselo.
«¡Qué maravilla!», pensaba yo. «Con un puñado de estos, se arregla el mundo».
Pero…
Me fui dando cuenta del juego…
Pobrecita de ti si no se lo agradecías.
O si no dabas tú exactamente lo mismo cuando les tocaba pedir.
Y de repente te veías atrapado.
Mirabas a tu alrededor y te preguntabas:
«¿Cuándo ha tejido esta tela de araña bajo mis pies?»
Al principio me enfadé. O por lo menos, me asusté.
Más tarde (profesión obliga) lo comprendí.
Y supe cómo manejar esos patrones.
Recordando que nacen de una falta de amor, ante lo que siento una compasión profunda.
Hay personas que necesitan sentirse necesitadas. Y generan juegos psicológicos que llegan a ser confusos si no conoces las reglas de antemano.
La cuestión es que algo que me irritaba y minaba mi energía (sus actitudes), pasó a darme fuerzas para seguir creciendo. Me unió más a ellos.
Por eso, considero imprescindible que ante cualquier conducta que nos moleste, tratemos de comprender el mecanismo y la motivación.
La gente no es «mala», «pesada» o «egoísta» porque sí.
Entenderles, desde la compasión, no es justificar ni reforzar.
Es sanar, unir y liberar.
Luego ya decides cuánto de cerca les quieres…
Recuerda:
Comprender y poner conciencia cambia la experiencia.
Somos seres en relación, y tu bienestar va a estar influido por cómo te relaciones con los tuyos, por eso animo a que inviertas en psicología, yo te enseño mi guía aquí
– Rocío