Imagina que empiezas a sentirte con sensaciones y pensamientos agobiantes.
Te dices cosas como «otra vez no», «estoy harto/a», «¿cuándo terminará esto?»
Te tensas y deseas con todas tus fuerzas que se vayan de una vez.
Camino equivocado.
Lógico, pero equivocado.
Ante esas sensaciones y pensamientos, necesitamos desarrollar una reacción contraria a la que nos pide el cuerpo y la mente.
Dos palabras:
Aceptación pasiva.
Más que hacer, es dejar de hacer.
Todo lo que pase está bien.
Lo acepto, y no hago nada más que notarlo, escucharlo y sentirlo.
Podía parecer que está mal, pero está bien.
Hay una resistencia, la saltas.
De esa manera, dejas que tus mecanismos automáticos funcionen solos. Si rechazas y tensas, lo impides.
A veces, cuando una persona comienza una práctica de relajación tiene una reacción paradójica. Se pone más nerviosa.
Eso sucede porque es un estado de apertura, no hay represión, no hay control de lo que no quieres que salga. Si Freud hubiera conocido este método, vería que es más fácil llegar al inconsciente de lo que pensaba.
Cuando sentimos ansiedad se pone en marcha una defensa para evitar darte cuenta del estrés que tienes.
¿Resultado?
No le das espacio para que se autorregule.
Quédate con esto: autorregulación.
Estamos programados para evitar la conciencia del malestar. Con algunas prácticas, entras en contacto con lo que quieres evitar entrar en contacto (y que PRECISAMENTE lo estaba alimentando).
Así que sólo nos queda sentir.
Sentir, sentir, sentir.
Al principio puede asustar, hay que pasar esa primera impresión.
Las primeras impresiones no siempre son certeras.
Recuerda:
No hay que hacer nada para desenredar nada (traumas, conflictos, síntomas…), sino dejar de hacer lo que solemos hacer para impedir que se desenrede.
Esto tiene su técnica y sus matices, si quieres profundizar puedes hacer clic en mis sistemas aquí.
Un abrazo,
– Rocío