Si te conozco hoy y te hubiera conocido hace 15 años, te describiría de forma muy distinta.
Hace 15 años serías un manual de psicopatología con patas. Te examinaría como un objeto de estudio. No sólo a ti, también a mi madre, al panadero, al presidente de la comunidad de vecinos y a mi misma. Como los médicos, me parecía que tenía un poco de todo.
Fue una etapa necesaria.
Mi novio de entonces me decía, «¿soy tu caso de tesis doctoral, o qué?»
Es que telita mi novio…
Amaba la asignatura de psicopatología, de 2º de carrera.
Y a partir de ahí, no me relacionaba con personas, sino con diagnósticos.
A mis amigos les divertía que hiciera el perfil psicológico de la gente.
«Uy, tu novio es paranoide, con rasgos de desconfianza fóbica e impulsividad exacerbada. Sí, creo que estás saliendo con un trastorno paranoide de la personalidad, piénsatelo».
«Chica, tu madre tiene rasgos histriónicos con matices fóbicos y comportamientos autodestructivos probablemente por su dinámica materno-filial, no es tu culpa que te trate así».
Me visualizo y me daría una bofetada.
Bueno, no, me amo incondicionalmente. Era sólo deformación profesional y un poco de ignorancia. Algo de prepotencia también.
Mi siguiente etapa trabajando en psiquiatría sólo alimentó esta forma de entender la psicología.
«¿Has visto al psicótico?», me decían.
«La histérica quiere el alta».
«Le he subido la medicación al parana».
Adoro y admiro a la mayoría de médicos con los que he trabajado, pero es cierto que a veces se cae en la psicopatologización excesiva y sobretodo innecesaria.
Esto empezó a transmutar poco a poco.
Pero en la sesiones y en los informes seguía creyendo que tenía que poner nombres complicados y buscar sí o sí cositas curiosas. Cuanta más chicha mejor.
Llegó la tercera etapa.
Hoy sólo veo personas. Historias. Mucho más allá de estas categorías construidas.
Veo a Lucía, a Maite, a Luis, a Mateo, a Jose María, a Jorge.
Y sí, algunos comparten ciertos patrones de pensamientos y síntomas, y es una buena noticia, pero me cuesta trabajar como antes.
Lo que me ha ocurrido es que comprendo tanto porqué las personas llegan a lo que llegan que no lo veo patológico.
Lo veo humano.
Es tan humano lo que estás viviendo…
Tan normal y predecible…
Sólo que no hay que conformarse con ello y usarlo como excusa para no salir de ahí.
Es tu responsabilidad comprender cómo llegaste hasta aquí e ir deshaciendo el embrujo de la ansiedad.
Te acompaño a descubrir en qué malentendidos creíste, no por debilidad, ignorancia o torpeza, sino por tu cualidad de ser humano, con una mente y un cuerpo que funcionan como funcionan y una educación que no siempre nos cuenta lo que necesitamos, si haces clic aquí
Un abrazo,
– Rocío