Hoy me vino a la memoria un cortometraje que en su día me impactó.
«Te quiero mal», de Mireia Giró.
La protagonista es una mujer ciega que vive sola.
Su apartamento es moderno, con todo tipo de comodidades.
Cada mañana sigue un ritual perfectamente medido, milimetrado. Un ritual que continua durante todo el día, hasta que vuelve a dormir.
Sale de la cama, va al baño, se ducha, todo ordenado, va a la cocina, abre el armario para coger el café, el otro armario para coger la taza. Cada detalle está controlado. Vuelve a su cuarto, se viste, cada prenda en su percha, por colores, sale, coge el bolso, coge las llaves y se va al trabajo.
– Spoiler: si quieres ver el corto, puedes dejar de leer ahora y seguir leyendo tras verlo, para que reflexionemos juntos –
Es una mujer autosuficiente, no le gusta dejarse ayudar.
En una escena, por ejemplo, está esperando un taxi, le ofrecen ayuda para parar uno y ella la rechaza. Le da igual que haya taxis pasando, lo importante es hacerlo sola.
Es Directora de orquesta de éxito, sentido del oído súper desarrollado.
Hay atracción mutua con Cristian, uno de los tenores. Ella se sonroja, le busca, le regaña y le alaba, juegan.
Una noche salen todos a tomar algo y ellos acaban juntos en la cama.
Noche de pasión.
Los otros 4 sentidos a fuego vivo.
La mañana siguiente, Cristian se despierta primero .
Apaga el despertador (moviéndolo sin darse cuenta), va al baño (cerrando la puerta sin darse cuenta), se ducha (cambiando el jabón de sitio sin darse cuenta).
Va a la cocina y se prepara un café (moviendo todo sin darse cuenta). Coge las llaves de la mesita, sale y vuelve con una rosa roja, que deja en la mesa de la cocina. Se va, dejando las llaves puestas en la puerta.
Al rato, ella se despierta.
Y comienza la agonía.
Busca el despertador. Va hacia el baño y se choca con la puerta cerrada, que siempre deja abierta. Se ducha sin saber cuál es el champú y cuál el jabón.
La angustia aumenta.
Va a la cocina, y no encuentra la taza, tira el azúcar al suelo, calienta demasiado el café por el cambio de potencia. Se viste mal combinada, se maquilla los ojos con colorete rosa y los pómulos con sombra verde. No encuentra las llaves.
Y entre todo este descontrol, suena el teléfono.
«Cris-tian.
Cris-tian.
Cris-tian», dice un voz robótica.
Se derrumba en el sofá, y decide no contestar.
FIN
Es una historia para reflexionar en distintos sentidos (amor, comunicación, discapacidad, resiliencia…), pero hoy quería centrarme en nuestra parte ciega y automatizada.
En el fondo, vamos un poco como la protagonista, siguiendo unas rutinas, manteniendo todo bajo un aparente control.
Hasta que llega un evento que nos recuerda que estamos ciegos.
¿Tenemos control o sensación de control?
Los hábitos que crea le permiten ser independiente, pero no dejan espacio para la improvisación.
Decide dejar fuera al amor.
Solemos tener automatismos que nos dificultan ver más allá.
Que nos hacen renunciar a vivencias y experiencias.
Nos dificultan vivir con plenitud.
Pensamientos programados que te hacen ignorar otras perspectivas. Pensamientos que sellan circuitos neuronales y generan sólidas creencias.
Reacciones repetidas que marcan rasgos, haciéndote pensar que «eres así».
Vives (vivimos) una película.
Tienes tu papel protagonista, un argumento y un guión.
Y a veces olvidas que es sólo una versión de la realidad. Que puedes cambiar el foco y dar la vuelta a cualquiera de estos elementos a tu antojo.
Porque eres el Director.
Estás detrás de las cámaras.
Mueve el plano y aparecerán otros detalles.
La ansiedad se mantiene porque se mantienen el rol y el hábito.
Alterar el rol y alterar el hábito a veces escuece pero el premio merece la pena.
¿Te atreves a vivir con los cinco sentidos?
Encantada de hablar contigo, sabes que me tienes aquí para acompañarte en tu camino de transformación.
Un saludo,
Rocío Lacasa
PD: Si ves el corto, me cuentas!