Te escribo mientras espero un pedido de comida basura.
Pero muy basura.
Llevo todo el día decidiendo si tomarlo o no.
Me llegaban desde por la mañana imágenes de la comida, y yo disfrutándola, en el salón, con una peli buena. Era una escena bonita.
Me decía «venga, sí, es viernes».
Y sonreía.
Se mezclaban con imágenes de yo «llorando» después, con cara de naúsea. La luz era más tenebrosa. La peli mala.
Entonces la voz decía «venga, no».
Y me tensaba.
Al final me dije «me rindo».
Y me he visto abriendo la puerta al rider.
Yo no estoy a dieta, pero quien lo esté, conocerá bien este pequeño-gran conflicto.
Si tiene ansiedad con la comida, sabrá lo que es el deseo irrefrenable de atracar la nevera.
Tan irrefrenable que no se frena.
Se abre la nevera y se engulle, como animal insaciable en época de hambruna.
Se entra en un verdadero trance animal.
Ese impulso es el mismo que opera cuando alguien está en una situación y acaba huyendo.
Está en un centro comercial y empieza a sentir ansiedad.
Se nubla la vista, el corazón se acelera, los ruidos se multiplican.
Entonces deja de pensar con claridad.
Se cierra la persiana racional y se empieza a actuar desde el miedo físico.
Se entra en el trance animal.
Da igual que se hubiera jurado mil veces que iba a «aguantar» por mucho que tuviera nervios. En ese momento, una furia inusual, un ratón aterrado se pone a correr como si no hubiera un mañana.
«¡No tengo fuerza de voluntad!», puede decirse después.
«¡No soy capaz!»
Esto no va de fuerza de voluntad. Ni de capacidad.
Tampoco de prometerse, presionarse y regañarse.
Esto va de entrenar al ratón sabiendo que es un ratón.
No funciona cogerle y acariciarle diciéndole que no escapa y que la situación es segura para un ratón.
Hay que darle estímulos y respuestas reales.
Entrena a tu ratón interior.
Llámalo ratón, gorila, gato, rana o avestruz.
En mis sistemas te cuento cómo el cerebro reptiliano condiciona una tercera parte de nuestras decisiones y acciones y cómo convencerle, en su idioma, de que puede confiar.
Un abrazo,
– Rocío