Les pasaba pruebas psicológicas para evaluar el deterioro y la personalidad de base.
Al 90% les diagnosticaba psicopatía.
Me gustaba trabajar con ellos. Los había muy simpáticos. Muchos eran gitanos, y eran ingeniosos y «salados».
Peligrosos también.
El caso es que mi jefe me decía que, desde luego, no tenían buen pronóstico.
Si conseguían dejar las drogas durante su estancia en el hospital, solían recaer, más que nada, porque volvían a su entorno habitual.
Así semos.
Vuelves al bar de siempre, con los colegas de siempre y el cerebro cree que toca lo de siempre. Si además no tienes un plan de vida demasiado sólido, ¿para qué resistirse?
Con la ansiedad funciona igual.
Estímulos, respuestas, asociaciones, reacciones.
Tan simples, tan complejos.
No nos estamos quitando de la droga dura, pero algo de adictivo sí tienen los patrones mentales que alimentan la ansiedad.
En el viaje de recuperación es inevitable tomar ciertas decisiones. Si no, los patrones de siempre se mantienen.
Hay que mover piezas del sistema para que surjan nuevos resultados.
Lo bueno es que algunas se mueven solas.
Por ejemplo, al ampliar conciencia, empiezas a darte cuenta de que hay situaciones o personas que disparan tu inseguridad, y con ello tus compulsiones. Antes tragabas con ello porque es lo que había. Estabas tan dentro que no veías con claridad.
A medida que te sientes en paz, a medida que recuperas el control, decides dejar de invertir en ese tipo de acciones o relaciones.
Quieras o no, algo en ti cambia.
Y empieza a moverse el sistema.
Es como si empezaras a repeler lo que te saca del equilibrio.
Dejan de atraerte las personas tóxicas.
Deja de apetecerte decir sí a lo que es no.
Te haces adicto a estar bien.
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Un abrazo,
– Rocío