Volver a ser el patito feo

Crecer, a veces, escuece.

Cuando uno va transformando sus creencias nucleares, comienza a actuar de otro modo.

Tiene un nuevo mapa, como suelo decir.

Observo que hay momentos en que una persona que ha cambiado sus creencias, se asusta y añora la «seguridad» anterior.

Me explico.

Imagina una persona híper-perfeccionista que decide ajustar un poco sus estándares a la realidad.

Se da cuenta, por el feedback que le da la vida, que tanta exigencia y meticulosidad están siendo contraproducentes en su rendimiento. Y poco a poco, va relativizando la importancia de la perfección frente a la efectividad.

Se relaja un poco. Deja de repasar todo 20 veces, de pensar y repensar antes de actuar y se vuelve más espontáneo. Suelta tensiones y comprueba que todo sigue en orden.

Pero llega un día en el que comete un error.

Y siente que su mundo se tambalea.

Conecta de nuevo con el miedo, y se angustia, se culpa y piensa que sería mejor volver a la «norma» anterior.

Vuelve el pensamiento «todo-nada». O soy totalmente perfeccionista o soy un desastre peligroso.   

O una persona muy introvertida que comienza a abrirse a los demás.

Se siente genial, más confiada y conectada, hasta que un día, alguien le pone en evidencia.

Horror.

Puede entonces desear retroceder a la seguridad del escondite. Parece sentir más seguro ser topo que pavo real.

Seguro que el cisne echó de menos, en ocasiones, ser el patito feo.

Si nos cuesta cambiar algunos de nuestros patrones es porque nos dan seguridad. Seguridad de lo conocido.

No es la zona cómoda, es la zona conocida la que nos puede mantener enganchados en el delirio.

Sólo hay que reconocerlo, con compasión y serenidad.

Crecer a veces escuece.

Para eso, la mejor herramienta es la conciencia.

Observa dónde estás, hacia dónde vas y cómo te defiendes del miedo.

Te invito a despertar de nuevo del letargo y mantenerte con la mente clara haciendo clic aquí

Un abrazo,

– Rocío

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