Hace 20 siglos ya lo tenían claro.
Decía San Agustín que “el hombre desea ser feliz aun cuando viva de tal modo que haga imposible la felicidad.”
Y todavía hoy nos complicamos en comprender esto.
¿Qué hace el hombre para alejarse de lo que busca?
¿Cómo nos ponemos trampas y trabas para perdernos por el camino?
Dostoievski, siglos después, seguía diciendo que “la mayor felicidad es conocer la fuente de la infelicidad.”
Así unos 100 millones de citas hablando de lo mismo.
¿Dónde c**** está eso?
Seguimos enredados, a pesar de haberle dado muchas vueltas.
¿Por qué? Porque no vemos lo que hay que ver. No escuchamos lo que hay que escuchar. No notamos lo que hay que notar. No buscamos dónde hay que encontrar.
En serio. Todo es más simple de lo que pudo parecer.
Como seguimos con el malentendido de “cuanto más complejo y rebuscado, mejor”, no accedemos a la verdad que ya poseemos.
Si sabes cómo, si te abres y rindes ante ciertos misterios, puedes comprender, en un abrir y cerrar de ojos, dónde está la auténtica solución.
Para eso hay que pillarse con las manos en la masa, con actitud y perseverancia.
Rocío