De vez en cuando traigo ejemplos de lo que se aleja de una actitud creadora.
No lo hago desde la jueza, sino desde la observadora que quiere extraer y compartir conocimiento de cada acción.
Una chica me escribe a través de Instagram el domingo contándome su caso. Me manda unos 10 mensajes. Lo leo por encima, mientras juego con mis hijas.
Cansada porque he dormido poco.
Tuve una cena el sábado y seguía recuperándome de las anginas.
La chica insiste.
Lo leo por encima, porque me salta la notificación cuando estoy jugando con Jimena (4 años) en Snapchat a ponernos las típicas caritas de perro y osito.
Domingo, te recuerdo.
«Pues nada, gracias», me dice en tono sarcástico.
Al rato, «Rocío, por lo menos podrías contestar. Que veo que me lees».
¿Qué se le tiene que pasar por la cabeza para dar por hecho que tengo que contestarla ipsofacto?
A ver, he venido a este mundo a servir, lo tengo claro.
Pero la esclavitud se abolió en 1833.
De todas las opciones posibles, ¿está eligiendo pensar que tengo algún tipo de intención maléfica?
¿Qué película se está haciendo en su cabeza?
¿Me imagina despreciándola, riéndome, rechazándola, o qué?
No estoy juzgando su comportamiento, entiendo que lo está pasando mal, simplemente analicemos su pensamiento y cómo puede estar influyendo en su problema de ansiedad.
Puede que piense:
«Debería contestarme».
«Soy una víctima y tengo que conseguir un salvador urgente».
«La gente debería estar a mi disposición».
«Si esta mujer dice que ayuda, debería estar disponible para mi cuando yo lo necesite».
Y otras tantas leyes tiranas de los debería.
Si piensa así, va a encontrar frustraciones constantes en su día a día.
Si crea películas en base a imaginaciones y las toma como reales sin plantearse alternativas más amables, ¿cómo va a influir eso en su ansiedad?
Como el universo sabe lo que hace, me vuelve a pasar el lunes.
Me escribe otro chico, esta vez un mensaje al móvil, preguntándome por los sistemas.
Cuatro de la tarde.
Tengo unos 40 mensajes en cola, que me gusta responder personalmente.
Además tengo consulta.
E hijas.
Y hambre.
Y ganas de ir al baño.
Y clase de espalda.
Y ganas de ir al baño.
Y amigas con problemas.
Me relajo a eso de las 9.30 pm, tras una jornadita intensa.
Como hago lo que predico, desconecto del móvil y hago mis deliciosos rituales de renovación y recuperación.
Me escribe la mañana siguiente, a las 8, sarcasmo mediante, dándome las «gracias por tu interés y atención, de diez. Cogeré el método de Eric».
Entiendo que insista, que desee una respuesta inmediata, sé que estoy comunicándome con su ansiedad. Para algo soy experta.
Pero de nuevo, esta persona ¿no puede pensar que hay algo más que él en el mundo?
Cuando estamos en un proceso de ansiedad, hay momentos en que nos sentimos el ombligo del mundo. Y el sentirnos el ombligo del mundo puede además ser el origen de la ansiedad (en otros casos, sucede justo lo contrario).
También he de decir que el 90% de las personas con las que trato son empáticas, generosas, comprensivas, respetuosas y agradecidas.
Al otro 10% no le enseñaron a serlo, o la vida les trajo situaciones complicadas que marcaron su desconfianza.
Sea como sea, aprovecho la oportunidad para recordar que en esta vida la actitud lo es todo.
Por mucho que conozcas 700 técnicas para controlar los síntomas, si no se hace desde la actitud adecuada, pueden ser incluso contraproducentes.
Te cuento cómo construir una actitud creadora que sostiene e impulsa tu recuperación aquí, haz clic
Un abrazo,
– Rocío