Recuerdo cuando coordinaba a los voluntarios de oncología. Seleccionaba a personas que acompañaran a pacientes con cáncer en sus casas. Iban un ratito a visitarles, charlar, distraerse, tomar un cafecito, cuando sus familiares no podían o cuando se encontraban solos por cualquier circunstancia.
Había una voluntaria, excelente persona pero que no podía cumplir adecuadamente su función.
Cuando un paciente se desahogaba con ella, empatizaba tanto que se venía abajo y se ponía a llorar.
Y claro, aquello era un valle de lágrimas.
El paciente acababa consolándola a ella.
No era una situación cómoda para muchos.
Hablamos, le agradecí su generosidad y le expliqué que era mejor que cumpliera otras labores de ayuda, muy necesarias también.
Esta mujer estaba haciendo de espejo y devolvía al otro una imagen de pena, tristeza y debilidad.
Hoy recibía a un cliente que está muy deprimido.
Si esa hora de consulta me dejo llevar por su discurso y energía, si me lo creo, quizás habría terminado llorando con él.
La labor del psicólogo es otra. Mi cometido es mirarle y devolverle lo que veo en él. Un hombre fuerte, con recursos, capaz y en proceso de salir adelante, con paciencia y ayuda.
En esos momentos, soy su espejo y quiero confiar en él para contagiarle.
Pensando en esto, me pregunto, ¿tú qué ves cuando te miras en el espejo?
¿Puedes comprobarlo ahora?
¿Qué ves?, dime.
Porque yo veo a una persona deseando mejorar, cansada pero esperanzada, que quizás se quiso mantener demasiado fuerte demasiado tiempo, que se olvidó de lo que sentía y necesitaba pero que está empezando a reconocerlo y recordarlo.
Mírate al espejo cada día y habla contigo.
Date fuerza.
Date cariño.
Conecta con esa parte de ti que está siempre en paz.
Un abrazo,
– Rocío
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