Al inconsciente hay que entrarle por la puerta de atrás.
Hoy lo recordaba con una cliente de Calma Generalizada.
Ella tiene la sensación de que puede estar perfectamente tranquila y que de repente salta un resorte, un disparador, que la pone de 0 a 100 en segundos.
Como si la ansiedad estuviera siempre ahí, dentro, escondida, callada, esperando para hacer su show en cuanto la provoquen.
Esto sucede porque sigue habiendo mecanismos arraigados de asociaciones ansiosas.
Mensajes de la infancia, experiencias repetidas con lecturas distorsionadas, desconfianza hacia ti y hacia el entorno…
Hay cosas de las que ya te has dado cuenta.
«Mis padres eran tal y cual, yo viví esto y lo otro y eso me afectó de tal y cual manera»…
Tenemos una parte consciente con la que es relativamente fácil razonar.
Cuando estás en calma, sabes que la ansiedad es segura, que de pánico no te mueres y que la situación que temes puedes afrontarla perfectamente.
Recuerdas que sí, que es que tus padres te sobreprotegieron, que tiendes a adelantar el futuro y que eso es «malo, malo, malo» y que puedes confiar en el universo…
Qué bonito todo, oye.
Qué-bonito.
Pero hay momentos en los que es como si se echara la persiana de lo racional, que todo esto se fuera a tomar viento fresco y cogiera el «control» un piloto automático «fuera de control».
Es cuando no hay control consciente de lo inconsciente.
En el inconsciente hay un serie de patrones, aprendizajes, asociaciones y barullos varios que no son fácilmente accesibles simplemente mirando.
Hay que conocer trucos para hablar su idioma y que la oscuridad se vuelva clara.
Eso sucede cuando inviertes en tu entrenamiento de calma.
A través del entreno, vas fundiendo los mecanismos limitantes que se activan ante estímulos confusos.
Y recuerda.
En la oscuridad no sólo están los miedos, también las fortalezas, esperando a ser descubiertas.
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Un abrazo,
– Rocío.