Lo sorprendente de este caso obviamente no es este hecho, sino lo que hizo ella.
M, mi paciente, descubrió que su marido llevaba un año visitando con asiduidad a una prostituta.
Se conocía a si misma. Y temía acabar perdonándole.
No quería hacerlo. Pero sabía que se le acabaría pasando, ya que él estaba arrepentido y en tratamiento psicológico.
Pensó que si le ponía cara a la «amante», no podría superarlo.
Sabía que verla cara a cara le impactaría tanto que no sería capaz de olvidar.
Así que averiguó su dirección y ahí se plantó.
«Ding dong…»
Abrió una jovencita atractiva de mal humor.
No sé qué pensaría al abrir y ver una mujer de unos 65 años observándola fijamente y sin decir nada.
M. se concentró para retener la imagen y se marchó.
Se ocupaba de rememorarla cada día.
Sabía que podía volver en cualquier momento.
Todo con tal de no olvidar la traición.
De este caso no juzgo a ninguno de sus protagonistas sino que extraigo la potencia de lo visual en nuestras memorias emocionales.
Con la ansiedad funciona exactamente igual. Si alguien quiere no superar un trauma, que se lo curre recordando y alimentando imaginariamente los detalles de lo que vivió.
A esto le sumamos lo auditivo y lo sensorial.
Quien en cambio sí quiera superarlo, habrá que hacer lo contrario.
Si quieres saber cómo manipular tus recuerdos para decidir cómo quieres sentirte, pásate por mis sistemas aquí.