De cuando fui terrorista

Aquí ya me abro como si fueras un buen amigo.

El otro día mi prima de 18 años volvió de Interrail (un viaje con el que puedes recorrer Europa en tren durante un mes) y recordé una aventura de mi Interrail de los 18.

Estuvimos cuatro amigas y pasamos unos días en Amsterdam.

Fumamos marihuana, sí señor.

Recuerdo que a mi me dio la sensación de que mi cuerpo era como chicle que se estiraba, y que me unía a las demás personas. Sentía los pies como lenguas al andar. Estuvimos en un coffeeshop y pusieron una película mala mala mala, llamada Showgirls, y nos pareció una obra maestra. «Wow…qué buena», decíamos. La vimos dos veces seguidas.

Fue divertido pero una de mis amigas empezó a sentirse realmente mal. Corriendo fuimos a comprarle una magdalena de chocolate a ver si con el azúcar se le pasaba. Se la comió y parecía estar más tranquila. Pero nuestro ataque de risa fue brutal cuando nos dimos cuenta de que era un «space-cake», es decir, magdalena con marihuana. Estábamos preocupadas pero no podíamos parar de reír a carcajadas. Todo acabó bien.

Bueno, pues mi amiga Carmen, antes de irnos compró una bolsita de maría para llevarle a su novio. Una bolsita pequeña, discreta.

Días después, llegamos a la estación de París, destino España, y ya dentro del tren, en el pasillo, apareció un perro como el labrador que yo tenía entonces.

«Ay, Ron», dije yo acercándome.

Cuando el perro empezó a ladrar con fuerza hacia nosotras. No me había fijado que era un perro policía.

Nos sacaron al andén y nos registraron. Y encontraron el regalito.

A todo esto, el tren parado. Por nosotras.

No pasó mucho, nos regañaron, una multa y palante.

Pero con los papeleos, el tren salió como con media hora de retraso. Y con movimientos de policía por la zona.

La historia de esto es lo que pasó cuando ya nos sentamos las cuatro tranquilamente, en el fondo divertidas de llegar con la anécdota a Madrid (18 años, te recuerdo).

Los pasajeros del vagón estaban nerviosos.

Había corrido el rumor de que el retraso era por una alerta terrorista.

Hubo atentados recientemente y la gente estaba asustada.

Paranoica.

Escuchamos de todo. Unos decían haber visto a un sospechoso con mochila, otros que París era un objetivo claro, decían que los perros eran anti-bombas.

No se hablaba de otra cosa.

La gente comentaba sin conocerse entre ellos.

La tensión se palpaba en el ambiente.

No sé por qué narices no dijimos que todo era por nuestra gamberrada. Llegó un momento en que nos daba vergüenza no haberlo dicho antes. Inmadurez, miedo, quizás (18, te recuerdo.)

Bueno, ya sabes a lo que voy, ¿no?

Había quien hasta le ponía cara al terrorista.

Había quien daba por hecho que iba a suceder.

Imaginaban la explosión con detalle.

«Lo sabía, tenía la intuición de que iba a pasar», pensaría alguno.

Marihuana ya no había, pero Lexatines y Orfidales varios seguro.

Sus mentes estaban creando todo tipo de películas mentales basadas en una absoluta especulación, que muy probablemente les amargaran el viaje. Ellos también llegaron con una anécdota que contar. Puede que la ansiedad durara días. (LO SIENTO!!!)

Obviamente cuando ha habido un ataque terrorista la paranoia es funcional porque hay que extremar la seguridad.

Pocas bromas con esto.

Pero de ahí a ver, oír y sentir donde no hay, y dejar volar la imaginación sin control consciente generando sensaciones de descontrol innecesarias hay un trecho.

El trecho que va desde la seguridad consciente funcional a la obsesión neurótica disfuncional.

Y estas cositas te cuento.

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Un abrazo,

– Rocío

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