Es alucinante lo desconectados que estamos de nuestras necesidades.
Por lo menos en Occidente.
En mi viaje a Japón me hizo mucha gracia cómo a determinada hora, el lobby del hotel se convertía en un lugar de siesta improvisado.
Antes o después de la reunión, lo ejecutivos se sentaban y se dormían un ratito. Los que tenían sueño, claro.
Cuántas veces deseé hacer eso unos minutos cuando trabajaba en una oficina compartida con otras 10 ó 15 personas. Pero no era plan. Habrían pensado que estoy loca, borracha, o provocando un despido.
Confieso que ahora que trabajo sola en mi despacho, si noto que estoy muy cansada física o mentalmente, cierro los ojos y puedo dormir tranquilamente 5 minutos. Si estoy con Íñigo, también, y él por supuesto hace lo propio. Súper refrescante.
Observa a los niños. Tengo captadas a mis hijas perfectamente. Cuando tienen sueño su lloro es distinto. Se convierten en animalitos desesperados, se enfadan, se restriegan los ojos y hablan raro (bueno la pequeña es por ahora el único momento en el que balbucea algo entendible). A los dos minutos caen rendidas. Y no pasa nada que estén en un restaurante, en la sala de espera del médico o en el autobús. A los adultos nos pasa lo mismo, pero lo disimulamos. Hemos aprendido a reprimirlo.
A medida que crecemos, desarrollamos el autocontrol de las necesidades básicas. Hombre, estaría feo seguir con pañal.
Pero a veces, en esa evolución socializada, nos desconectamos en extremo de lo que nos pide el cuerpo.
Nos regimos por unos horarios de comida y sueño establecidos por una mayoría para que exista un orden predecible. Lógico, sino sería caótico.
Pero podemos caer en una sobreadaptación que roza el maltrato a uno mismo.
Mi misión es contribuir a que la sociedad recuerde que somos seres humanos, no máquinas. Vienen tiempos difíciles, en los que la inteligencia artificial va a competir con nuestras capacidades limitadas y quizás queramos forzar los límites.
Recuerda que la sociedad está un poco enferma, tú no eres el problema. Cuanto más te quieres adaptar, más te pierdes en la confusión.
La ansiedad muchas veces aparece por olvidarte de qué eres y qué necesitas. Caes en la ambición de poder y querer más y más y más y más… Pasa factura. Cuando entiendes que sólo cuidando y respetando tu cuerpo, podrás vivir la calma que deseas, podrás tomar responsabilidad plena en tu recuperación. Eso también implica cuidar los pensamientos, y yo te enseño cómo hacerlo.
Escribiendo esto se me ha ocurrido hacer un experimento.
Le he dicho a Siri (la voz inteligente del móvil) «tengo sueño». Y me ha respondido «pues yo estoy tan alerta que puedo buscarte lo que me pidas».
¿¿¿Lo ves???
Pues me da igual, yo me voy a dormir si mañana quiero rendir. Como hace cualquier animalito en la naturaleza.
Un saludo,
Rocío Lacasa
PD Vente conmigo si quieres contribuir también a ser el cambio que la sociedad necesita, haciendo clic aquí
|