Érase una vez un actor que había hecho tanta terapia (de la buena) que no podía llorar.
Tenía tanta conciencia de que sus pensamientos eran sólo imágenes y diálogos internos, sin ningún poder real, que se quedó sin trucos para provocarse el llanto en escena.
Pensó que quizás le funcionaría olvidar lo que había comprendido sobre su relación con el pensar.
Pero nada.
No había vuelta atrás en su conciencia.
Los pensamientos negativos no le provocaban tristeza ni ansiedad.
Había veces en su vida real que lloraba, pero no coincidían cuando estaba en el plató.
Y así es cómo recurrió a cortar cebollas antes de cada actuación.
Si preguntas a un actor cómo consigue llorar por exigencias del guión, probablemente te dirá una de estos trucos:
1. Imagino que va a pasar algo horrible.
«Le decía a mi mamá que la he matado 490 mil veces en mi pensamiento. Nada más de pensarlo, me muero», dice la actriz Victoria Ruffo.
2. Recuerdo un trauma del pasado
«Por ejemplo, el año pasado murió mi papá, bien o mal, traigo eso dentro y cuando lo requiero en una escena, lo saco», sigue diciendo Ruffo.
«En tu vida real, cuando algo te conmueve o te emociona, debes memorizarlo. De ese modo podrás recurrir a ello cuanto te haga falta», Mike Colter, protagonista de la serie de Netflix Luke Cage.
3. Me meto a fondo en el dolor del personaje
Adrien Brody, antes de el rodaje de El pianista, vendió su apartamento de Nueva York, su teléfono móvil y su coche, todo para entender la angustia del personaje, que perdió todo durante el nazismo.
4. Uso Vicks Vaporub (mentol), no parpadeo o corto cebollas.
Esto lo harán los que tengan tanto control mental que pensar en cualquier cosa negativa o dolorosa no les afecte.
¿Ves a dónde voy?
Muchos de mis clientes acaban llorando en sesión, y a veces se sienten mal por ello.
«No hay nada de raro», les digo yo, «si yo ahora mismo hago lo que estás haciendo, trayendo a mi presente todos esos pensamientos sobre el pasado y el futuro y lo más importante, creyéndolos como si fueran realidades, lloraría como una magdalena. No eres tú el problema, el problema es el problema, que no es más que tu relación de malentendido con el pensar».
¿Qué estás pensando?
¿Qué piensas de lo que estás pensando?
¿En qué estás enfocando tu atención?
¿Para que lo estás pensando?
¿Por qué quieres seguir creyéndolo?
Porque hay veces que descubrirmos que hay un beneficio secundario en el estar centrados en lo que va o irá mal. Ya lo hablaremos otro día.
Hala, ya tienes mucho trabajo que hacer.
Si quieres ser como aquel actor, que se quedó sin trabajo, pero fue muy feliz, te invito a visitar mis sistemas pulsando aquí
Un abrazo,
– Rocío