Nos conviene hacerlo, porque en el fondo los humanos tenemos mucho de absurdo.
Ayer en el gimnasio me pillé elaborando lo siguiente.
Estaba haciendo una serie de repeticiones de un ejercicio que se llama «la T», en el que elevas la pierna haciendo presión en el glúteo, en una postura antinatural y ciertamente dolorosa. Estaba harta de levantarla, al ritmo de la música.
Entonces me dije «si aguanto todas las repeticiones que marca la monitora, entonces pasará ….esto….» (el qué, me lo reservo, es algo que quiero que pase).
Súper empírico, vamos.
Obviamente sabía que el truquito no tenía validez, pero algo de mi creía que sí.
Y estás ante una persona preferentemente racional.
No sé si es la niña de 4 años que llevo dentro, la loca de la casa (la mente), que es una cachonda mental, o el mono irracional interno que guía muchas de nuestras estrategias.
Puede que te hayas cazado en alguna de estas.
«Si pienso esto, es más probable que pase»
«Si imagino un accidente, es que, por ciencia infusa, algo lo está llamando»
«Si digo la palabra muerte o suicidio, atraigo la muerte o algo tenebroso»
«Si veo 3 coches rojos seguidos, le voy a decir que no»
«Si llueve, mi Dios está enfadado» (eso pensaban hace no tanto)
Y ya no te cuento si se rompe un espejo o pasa un gato negro, que parece que lo hace para fastidiar.
Cuando todo esto se queda en un chiste, bien. Cuando se convierte en una jugada mental tramposa, hay que cortar el juego.
En momentos de ansiedad, la mente desespera por encontrar sensación de control. Guía hacia aparentes atajos que acaban siendo callejones sin salida.
El pensamiento mágico es como agarrarse a un clavo ardiendo.
Te agarras, pero te acabas quemando.
El control está en otro nivel.
La magia sucede, pero tocando otras teclas.
Te cuento cómo deshacer todo lo que la ansiedad te aconseja que hagas para mantenerte alerta, aquí