2 años de edad.
Los terribles dos.
Si quiere algo, no para hasta que lo consigue.
Un biberón, un juguete, que la cojas, que le hagas caso…
Llora, grita, berrea, patalea.
No le importa que estés en un sitio en el que tenga que haber silencio.
Que estés trabajando.
Que estés con más gente.
O que no hayas tenido un buen día.
Sólo piensa en lo que cree que necesita.
Si tratas de explicarle por qué no puedes dárselo, no entiende.
Si le dices que luego se lo das, no entiende. Lo quiere ahora.
Si la ignoras, grita más.
Si la gritas, grita más.
Si le das lo que quiere, se calla y sonríe. Se ha salido con la suya.
En cambio, si la dejas llorar, suele cansarse. A veces se duerme.
Y así la vas educando.
La diferencia es que la ansiedad está equivocada. No necesita ese biberón. Cree que sí, pero no es su hora de comer.
Muchos de mis clientes llegan a mi hablando de su ansiedad como la enemiga, la maldita, la carcelera.
Es más inofensiva que eso (si no entras en su juego).
Es lógico sentir que es peligrosa y con mala idea, porque te lo ha hecho pasar muy muy mal.
Es un gran malentendido.
Cambiando poco a poco tu actitud hacia ella, puedes retomar el control y decirle por dónde sí y por dónde no. Cuándo sí y cuándo no.
Hay que aprender su lenguaje y conocer sus estrategias. Es la pedagogía de la ansiedad. Te lo cuento todo en mis sistemas, puedes hacer clic aquí para conocerlos.