Puedes parar un momento y observar.
¿Mantienes los hombros en tensión, como levantados hacia las orejas?
¿Pecho bloqueado, que te impide respirar de forma fluida?
¿Cuello tenso?
¿Garganta tensa?
¿Mandíbula apretada?
¿Manos o pies en postura de tensión?
Suelta.
Probablemente esas respuestas te sirvieron en un momento dado, o se activaron cuando sentiste una supuesta amenaza… y ahora puedes soltarlas.
Hay que tomar conciencia de esta tensión.
Piensa…
León intenta cazar gacela.
Gacela escapa.
El león tendrá un sobrante de energía que suelta fácilmente. Una serie de movimientos, y se reequilibra. Vuelve a lo suyo.
La gacela, cuando ha pasado el peligro, y después de haber sentido miedo intenso, también hará lo propio, de forma innata. Se reequilibra, y vuelve a lo suyo.
¿Se lo ha explicado alguien?
No.
Pero, ay, nosotros…
Al parecer, los seres humanos, con el desarrollo del lóbulo prefrontal fuimos desplazando esta capacidad.
Es como si al poder pensar, reflexionar, racionalizar, no necesitáramos descargar somáticamente.
La capacidad de anticipar y recordar (si no nos damos cuenta de que sólo son recuerdos y anticipaciones), nos lleva a activar respuestas innecesarias.
A cargar sin poder descargar.
A hacer un lío a nuestro sistema nervioso que ya no sabe si toca darle caña al simpático, al parasimpático, si toca luchar, huir o hacerse el muerto.
Esto es el malentendido de la ansiedad.
Por eso, a veces el cuerpo genera descargas random, aleatorias, sin que parezca que haya un motivo. Y uno puede frustrarse al no encontrar explicación. No pasa nada, se deja estar y todo lo que ya te sabes.
Mañana te cuento más.
Un abrazo,
– Rocío
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