«Si me gustara el riesgo, me habría dedicado a ser torero».
En la aviación está todo tan milimétricamente controlado que se hace más seguro que ir andando por la calle. Pero algo pasa en nuestro cerebro que el hecho de volar impacta.
Tu cerebro le dice a tu cuerpo algo así como «pero, ¿dónde me estás llevando, guapo?»
Ni caso.
En la aerofobia no todo es miedo al accidente aéreo. Está la ansiedad a estar en un espacio cerrado, del que no puedes decidir bajarte en cualquier momento. Entonces, no hay que gestionar el miedo a lo de fuera, sino el miedo al propio cuerpo.
Sea como sea, se trata de soltar el control. Al luchar por mantenerlo, uno tensa su cuerpo y su mente y es precisamente cómo genera los síntomas.
Pero hay un punto en el que decides confiar y entregarle ese control a la tripulación, a los ingenieros aeronaúticos… al universo… a la vida.
Cuando lo consigues, es una liberación absoluta. Compruebas que todo es mucho más fácil y ligero.
Que hay tantas cosas menos por las que preocuparse…
Así me lo contaba ayer Eva, cliente encantadora que superó su miedo a volar y a las alturas. Al salir de su último viaje me escribe:
«He podido, es más he disfrutado del vuelo. Sólo al subirme he notado como se me secaba la boca y me he dicho: deja a la vida hacer, ella sabe lo que hace, y de pronto he notado cómo automáticamente se me relajaba el estómago».
Final feliz.
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Abrazos,
– Rocío
PD: Recuerda que la oferta para acceder a Calma Generalizada con descuento termina mañana domingo.