Hoy estuve en un Congreso de Ansiedad y Estrés.
Todo lo que se habló, muy interesante.
Eso sí, la mayoría, me lo sabía.
Entonces, fijé mi atención más en el cómo que en el qué.
Observé que en torno al 80% de los ponentes, en su mayoría académicos, estaban nerviosos al subirse al estrado.
(El otro 20 eran psicópatas o no se les notaba)
Su lenguaje corporal, temblor al colocar el micro, sonrisa tensa (el que sonreía), boca seca y poca naturalidad.
No lo digo en plan crítica, son todos grandes profesionales, pero quizás no tan habituados a hablar en público.
Llevan entre 15 y 30 años estudiando la ansiedad y el estrés, sin que signifique que eviten sentirlo.
El hecho de subir a un escenario, con un grupo de personas observándote, es algo que activa el sistema de alerta a nivel biológico. Como si estuviéramos programados genéticamente para generar tensión en esa situación. Tiene un significado social, sexual y de supervivencia.
Esta tensión para unos es estresante, amenazante, y están deseando que termine.
Para otros es excitante, estimulante, y se divierten transmitiendo. (Están activados, con los mismos síntomas, pero les gusta).
Lo que vengo a decir es que se trata de un miedo natural, absolutamente natural. No nos cuenta nada de su inteligencia, su capacidad, su valía, su seguridad o su atractivo.
Igual que el miedo al avión.
El que teme volar no es que sea inseguro, tonto, histérico o miedoso. Es que está conectado con su genética.
Para el hombre es anti-natural estar tan lejos de tierra.
Todavía nos queda, afortunadamente, un poquito de naturaleza.
A los psicópatas no les queda tanta, y por eso no sienten miedo.
Viva el miedo.
Ahora bien, lo importante es qué hacemos con él, con esas sensaciones naturales y adaptativas.
¿Quieres saber cómo convertir las sensaciones de ansiedad en sensaciones de placer?
¿Cómo jugar con el miedo natural y convertirlo en coraje?
Te cuento cómo aquí
Un saludo,
Rocío Lacasa