Ya llegó oficialmente el verano.
¡Todos contentos!
¿No?
Ojalá. Pero no.
La ansiedad no entiende de veranos, fines de semana o fiestas. Cuando estás mal, está mal, en la oficina, en el bar y en las Seychelles.
El paraíso puede ser un infierno.
Una de las cosas que más rabia les da a muchos de mis clientes es la incapacidad (temporal) para disfrutar. En su día pudieron hacerlo, pero hoy por hoy viven con una tensión de fondo que les impide lo típico de «vivir el presente». Se supone que esa playa, ese olor a campo o ese pueblo remoto te van a hacer feliz. Pero esto no funciona así. La felicidad no está en lo de fuera y lo sabes. Puede que tengas la ilusión de ir a ese lugar y poder relajarte, pero tu experiencia es que luego llegas y estás deseando estar en otro lugar. O no estar.
Cuando estás en proceso de recuperación, un día esto empieza a cambiar. No importa que lleves años sin conseguir apreciar una puesta de sol. No hablo de apreciarla porque es lo que se supone que deberías hacer, lo que parece que hacen otros, sino vivirla con placer auténtico.
De repente un día, tu mente se calma y la luz, el olor, la brisa, el sonido, hacen tus sentidos vibrar. Todo se para por unos momentos. Conectas con la experiencia. Sientes una paz efímera pero transformadora. Y por fin compruebas cómo quieres sentirte. Quieres repetir, por lo que tu cerebro se las ingenia para acercarse de nuevo a la experiencia. Te movilizas hacia la calma generalizada.
Todo es más simple de lo que parece. ¿Sabes el problema? Que lo complicamos, porque buscamos soluciones que fortalecen el malentendido. La ansiedad es un malentendido.
Si quieres aclarar tu estrategia de recuperación, pásate por aquí
Un saludo,
Rocío Lacasa