La vida es un continuo reajuste de creencias.
Las viejas se van y dejan espacio a nuevas, más ajustadas a la realidad.
Mi hija mayor está emocionada porque esta noche llegan los Reyes Magos a España a traer regalos. Les pondremos vino, agua, queso y galletas. Dormirá nerviosa e ilusionada.
Posiblemente crea escucharlos y mañana me lo contará. Y no se lo estará inventando.
Cuando crees, escuchas.
Lleva días preguntándome si ha sido buena. Según mi respuesta, espera más o menos regalos. No me gusta esa parte de la tradición… Le digo que siempre es buena, que a veces tiene que comportarse mejor.
Dentro de poco, y probablemente de forma gradual, dejará de creer.
En mi caso, no recuerdo a qué edad, fueron llegando señales de que algo no encajaba. Comencé a sospechar.
En el colegio y entre los primos mayores, oías rumores. Pero preferías no escuchar.
Un año los Reyes nos dejaron una carta muy cariñosa junto a los regalos.
«Es la letra de Papá», pensé.
Pero lo borré de mi mente.
El año siguiente, mi padre entró en mi cuarto por la noche y le dijo a mi madre:
«Ya, venga, está dormida».
¡Qué tensión sentí!
Cerré los ojos fuerte y traté de no moverme. Me daba pena que se diera cuenta de que estaba más despierta que él.
Comenzaron a hablar en alto y a colocar los regalos. Era evidente que se acababa la magia. Sentí una mezcla de pena y alivio.
Al día siguiente le regañé por haber sido tan poco cuidadoso. Seguimos disimulando por mi hermano.
Mi madre me dijo que «el pobre Papi se sentía culpable». Y yo sintiéndome culpable por hacerle sentir culpable…
¡En menudos juegos psicológicos nos hacen participar desde niños!
Pero vamos, todo resuelto entre risas, sin mucho trauma.
Este mecanismo es idéntico al que opera en cualquier cambio de creencia.
Hay cosas que piensas hoy que te parecerán absurdas en unos años.
Puede que tengas sospechas de que algunas de tus creencias tienen que ser revisadas. Otras todavía permanecen en la zona ciega.
El proceso:
– Primero la creencia es instalada, por los padres en muchos casos. «Hay unos señores de Oriente que vienen a traer regalos». Te explican sus condiciones. «Hay que portarse bien, ellos lo ven todo. Si te portas mal, no hay regalos o como mucho, carbón».
– Lo integras como una realidad absoluta, de la que no desconfías. «Los Reyes existen», «hay que portarse bien».
– Empiezan a llegar señales que abren la duda. Pero tu cerebro quiere seguir creyendo y obvias o racionalizas las posibles contradicciones. «¿Los Reyes existen?».
– Llega un hecho demasiado obvio que desinstala la creencia dando paso a una nueva. «Los Reyes son los padres».
Y te das cuenta de que nunca existieron.
En este preciso momento estás creyendo una buena lista de mentiras.
Yo también.
Tranquilo, la vida se encargará de disolverlas.
Sólo hay que permanecer atento y abierto, con la brújula marcada hacia el crecimiento.
Dos creencias típicas de la ansiedad serían:
«Si algo es o puede ser peligroso o temible, tienes que sentirte terriblemente inquieto por ello y deberás pensar constantemente en la posibilidad de que esto ocurra».
Mentira.
«La historia pasada de uno es un determinante y decisivo de la conducta actual, y que algo que le ocurrió alguna vez y le conmocionó debe seguir afectándole indefinidamente».
Mentira.
«La ansiedad no se cura».
Mentira.
El que quiera seguir creyendo en ello, deberá obviar todas las señales de que así no funcionan las cosas.
Abre bien los ojos, sintoniza los oídos, y conecta con tu cuerpo…
… y opiniones más útiles comenzarán a resultarte más creíbles…
… y encajarán como las últimas piezas de un puzzle…
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Un abrazo,
– Rocío