Cuando uno empieza a poner atención a su lenguaje, entra en un mundo de posibilidades.
Cuando uno se olvida del peso de sus palabras, cierra ese mundo de opciones.
Uno pierde libertad de la manera más inocente.
Típicas frases que escucho a menudo:
“Tengo que superar esto”
“Tengo que cambiar mi forma de pensar”
Típica respuesta mía:
“¿Tienes que o quieres?”
La persona muchas veces me responde “ya, ya, ya, quiero, claro”, como si fuera muy obvio.
Entiendo que me puedo poner pesada. Y si lo hago, es por y para algo.
Las palabras no son inocuas.
Sobretodo si uno olvida que sólo son palabras.
Pa – la – bras
En su libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, la filósofa Hannah Arendt, estudia cómo los nazis usaban el lenguaje para justificar sus actos.
Adolf Eichmann fue uno de los organizadores del Holocausto, al que llamaron “La Solución Final”.
Ojito al nombre…
Elaboraron, cuidadosamente, un lenguaje oficial o jerga burocrática, al servicio de sus malvadas intenciones.
Como en los Juicios de Nuremberg, donde los juzgados repiten frases para defenderse como “hice lo necesario para proteger al país” o “por el bien de la patria”, Eichmann declaró que, tanto él como sus compañeros, utilizaban la misma respuesta para eludir y negar su responsabilidad.
“Tenía que hacerlo”.
Quizás me esté poniendo tremendista trayendo aquí el nazismo, sólo quiero llamar la atención sobre cómo nos contamos lo que nos contamos.
“Bebo porque soy alcohólico”.
“Evito porque soy ansioso”.
“Me pongo nervioso porque soy tímido”.
“Te grito porque soy impulsivo”.
“Tengo que hacerlo”.
“Tengo que no hacerlo”.
¿Se te ocurren más?
Asociamos las palabras a ciertos significados que nos limitan.
O que nos liberan.
Somos conscientes del poder que tienes, y por eso queremos ayudarte a activarlo y potenciarlo. Si nos acompañas en nuestros sistemas, te contaremos historias poderosas como por qué la ansiedad no existe, por qué los problemas no existen y por qué tú no eres una persona miedosa, entre otras cosas.
Un sentido abrazo,
– Rocío